Nuevo ejercicio para El Complot de los Ácaros, esta vez sobre un desconocido habitual:
EL AMIGO DE GOS
Cada tarde, al acercarnos al parque, Gos tira ansioso de la correa y gimotea, mirándome suplicante para que le deje ir a ver a su amigo. Siempre está allí, él solo, con la mirada perdida en el horizonte, quieto como una estatua. Cuando ve al perro parece salir de su estado de trance y entonces se ríe como un niño y se agacha para recibirle y palmotearle el lomo. Gos se pone tan contento que, a veces, hasta se mea de alegría, el muy guarro … Entonces el abuelo se saca un trozo de pan duro del bolsillo y Gos se sienta frente a él, muy serio.
- ¿Cómo se pide?-
- Uauauau … - contesta el perro.
- Eso es, siempre “por favor”,- le alaba el anciano otorgándole el premio.
Mientras Gos se queda mordisqueando el mendrugo a los pies del viejo, yo me voy más allá, junto al estanque, donde suelen estar Leo, Javi y alguno más de la clase.
- El amigo de tu perro está “flipao”, tío, míralo, “tó rallao” hablando con el chucho, ¿qué le estará contando?
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Qué delicioso el pan que me trae mi amigo cada tarde, las bolas de pienso resultan descorazonadoras. Qué sorprendentes las historias que me cuenta, a veces en voz alta, otras susurradas al oído. Pero la mayoría me las cuenta con sus manos de pergamino, mientras me acaricia y me rasca detrás de las orejas, y también con los ojos, húmedos, grises y arrugados, de haber visto tantas cosas.
Así, a través de sus manos y de sus ojos, me mostró cómo era de niño, y lo vi zambullirse desnudo en el río una tarde de verano. Me enseñó también una vieja escuela con grandes pupitres y a una anciana de pelo blanco que lo mecía al brazo balanceándose sobre una mecedora.
A veces me habla de un viaje en tren, de un viaje largo a una ciudad lejana en la que se sentía muy triste, de una fábrica de chocolate que olía a gloria, de una mujer de ojos verdes, de una trinchera oscura y fría donde un amigo murió en sus brazos, de un baile en la plaza de un pueblo, de una melodía que le hacía vibrar …
Sólo yo oigo sus historias y, algunas tardes, ni tan siquiera él mismo las recuerda.