martes, 14 de septiembre de 2010

El pulpo.

Nuevo micro-relato para una ilustración de Rubén. En principio iba a ser sobre un monstruo terrorífico de las profundidades marinas, pero salió ésto:

     La primera vez que le ví, aferrado con sus ventosas al cristal del acuario, mirándome suplicante, me partió el corazón. “¡Sácame de aquí!”, me gritaba cada mañana, cuando pasaba camino del colegio, agitando los tentáculos para llamar mi atención. Así que, me armé de valor y al cabo de unos días me colé en la marisquería El Centollo de Oro. La verdad es que no resultó nada difícil; papá y mamá siempre repitiendo que “allí nos era del todo imposible entrar” y a mí me bastó con empujar la puerta … Lo metí en la mochila y salí a todo correr.
     Al llegar a casa me encerré en el aseo, y tras llenar la bañera, lo introduje dentro con cuidado.
- Gracias, - escribió con gel sobre los azulejos de la pared.
     Después hizo unos largos para desentumecer los brazos y trepó hasta el grifo para demostrarme su habilidad con los saltos acrobáticos: pirueta, doble pirueta, voltereta mortal … Aplaudí entusiasmado.
- ¿Qué haces ahí?- gritó mamá desde el otro lado de la puerta.- ¿Qué es tanto chapoteo? ¡Abre inmediatamente!
     Y como era cuestión de tiempo que nos descubriesen, abrí.
- ¡Vaya!,- exclamó mamá boquiabierta.
- ¡Vaya!,- exclamó papá sorprendido.
- ¡Vaya!,- exclamó la abuela asombrada.
     Y no se si por miedo o por vergüenza, el pulpo se hizo tinta encima, dejando la bañera perdida.
- Bueno, si va a ser uno más de la familia, tendrá que llevar una vida normal, - dictaminó mamá tras largas deliberaciones.- Mañana lo matricularé en la escuela.
     ¡Qué nervioso estaba su primer día de clase! La abuela tuvo que adaptarle el uniforme, no había pantalones con ocho camales. Sentado en su pupitre, atendía absorto a las explicaciones de la maestra. Y tomaba apuntes. Y levantaba la mano cuando aquélla hacía una pregunta. Y dibujaba un paisaje. Y fabricaba aviones de papel. Y hacía malabarismos con las gomas … Todo a la vez.
    También en casa era un crack, mamá estaba contentísima: le ayudaba a fregar, a planchar, a quitar el polvo …
     Y era increíble en las extra-escolares. En poco tiempo obtuvo el cinturón negro de karate y se reveló como un virtuoso del piano, la anciana profesora lloraba de emoción con sus interpretaciones …
     Pero todo cambió la tarde en que conoció a Chopin. Le invadió la melancolía y se puso gris de tristeza. Suspiraba por los rincones, y de noche, acostado en mi cama, junto a la suya, creo que le oí llorar. Añoraba el mar.
     Un Domingo, tras preparar su equipaje, nos fuimos en coche hasta la playa cercana. “ Si le quieres de verdad, has de dejarle marchar”, había dicho mamá.
- Te echaré de menos,- le susurré entre lágrimas.
- Te echaré de menos,- me abrazó por todas partes.
     Y se alejó mar adentro, zambulléndose con doble pirueta, mientras con su tinta escribía “Adiós amigo” sobre las olas.

3 comentarios:

MariaJo dijo...

Me gusta!

Gabriel Bevilaqua dijo...

Me regusta. Se deja leer con suma facilidad y es divertido, con un justo toque de nostalgia.

Saludos

puri.menaya dijo...

Es genial, Aurora, es divertido y tierno a la vez... Escribir con gel en los azulejos de la pared, hacerse tinta encima... Ideal para los niños y para los mayores